La primera parte de este texto está basada en la propia voz del poeta, según entrevista que le concediera a Felipe Cobian para Proceso (No. 791 del 30 de diciembre de 1991).
A sus escasos 92 años se conoce como nunca. Está en paz con su conciencia, no tiene remordimientos, vivió como quiso; pero al final, como todos, se dio por vencido. Separado de su familia está dispuesto, como siempre, a hacer lo que le venga en gana; sabe que la muerte no está lejos.
Envejeció su cuerpo, y sus pies, otrora de alpinista, se cansan de subir una banqueta. Declara tener una pasión espantosa por escribir y dice que lo hará hasta el fin, consciente de que se está acabando como una velita cuando empieza a pestañar, a punto de apagarse. Espera a la muerte serenamente, no está enamorado de la vida porque no quisiera vivir mucho.
Le da gracias a su destino, a su Dios particular: la suprema fuerza, el creador. No cree en las religiones porque éstas han falsificado la verdadera fe. Localiza a su Dios hasta en el muro de su cuarto, platica con él, le dice que es feliz, que no teme a la muerte y morirá haciendo sus poemas. Su Dios no le pide oraciones, ni limosnas, ni sacrificios; es un Dios que no castiga, es bueno, está entretenido en crear y mantener el universo, no es un criminal, es su amigo.
Tampoco cree en el más allá. Sabe que todo lo que nace muere, y muere para siempre; aunque, médico al fin, cree en la inmortalidad termodinámica: la energía que producimos tiene su apartado en el mismo cosmos y así, como energía, solo se transformará, sin acabarse.
A sus 76 años de poeta recuerda que sus primeros libros los pagó él, y se queja de haber sido bloqueado por Los Contemporáneos, habiendo destacado a partir de 1948, después de que murieron aquellos.
A pesar de dolerse del egoísmo de Los Contemporáneos para con él, mantuvo correspondencia íntima, personal, con Villaurrutia y Novo, aunque sólo cultivó una gran amistad con el primero porque “con Salvador no se podía tener amistad, sí enemistad porque era tremendo, era malo”. También quiso mucho a Jorge Cuesta, a Gorostiza, a Torres Bodet.
Tuvo amigas hermosas, entre ellas Tongolele. Algunas se enamoraron de él, pero no quiso taparle el ojo al macho ni hacer hijos sin amor. Recuerda cuando la hija de un rico hacendado lo violó y cómo después de un tratamiento con quinina, sugerido por su maestro Santiago Ramírez, le bajó el susto a él al parejo que la regla a ella.
Heredará su actual casa de Cocula, Jal. a dos jóvenes amigos suyos; uno arquitecto, el otro responsable del cuidado de la Casa de la Poesía y de la Literatura Elías Nandino, su antigua residencia que donó al pueblo de la supuesta cuna del mariachi.
Según escribió Luis Mario Schneider en la Introducción del libro "Homenaje Nacional a Los Contemporáneos" (INBA, CULTURA SEP, 1982), Nandino pertenece a Los Contemporáneos, que en su opinión son 10: Carlos Pellicer, Bernardo Ortíz de Montellano, Enrique González Rojo, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Salvador Novo y el
propio Nandino.
Dice Schneider de Nandino: "Poeta de la claridad, de la palabra fluyente, sin estorbos, poeta que, paradójicamente elige la noche sin límites para hallarse. Desolación, perpetuo cambio, dolor móvil e incontrolable, eterno monólogo sin respuesta, todo esto reitera el germen y la vida de la muerte. El hombre solo que se debate en una duda despiadada que horroriza más el cautiverio, el rostro de la existencia. La materia hecha añicos sólo vive y se afirma en el goce amoroso. Quizá el recuerdo como otra realidad cotidiana salva momentáneamente su desventura. Médico afamado, Elías Nandino interroga, se debate entre la sinrazón y la conciencia. Habita el infierno de la duda hasta el extremo de una escalofriante religiosidad”.
Autor de más de 20 libros de poesía, algunos de los cuales han sido traducidos al Francés; prepara actualmente una nueva edición de "Triángulo de Silencios". A continuación dos poemas suyos a guisa de ejemplo mínimo.
NOCTURNA SUMA
Deletreo el espacio y no comprendo
esas gotas de luz en plena noche,
que tiemblan, que se ensanchan, que se encogen,
y expresan desde el cielo
las frases de su pulso luminoso.
Yo no sé si es altura o es abismo
el sitio en donde asoman,
o si son o no son; pero las miro
como enjambre de islas en incendio
y sufro su atracción, su intenso brillo,
su tímido mirar...
Las cuento, muchas veces, muchas veces...
Me olvido de la cuenta y me detengo
para empezar la cuenta nuevamente,
y la vuelvo a perder, cayendo siempre
en la fuga de un número disperso.
Y si gozo al cantar, es porque siento
que busco a Dios, contando a sus estrellas.
De "Nocturnos":
III
Cuando el hombre se hunde entre la sombra
completamente solo
como viva tiniebla en las tinieblas,
y es isla aprisionada
por cielo, tierra y mar
unidos en espasmo de negrura,
sin que haya luz ni pulso ni relámpago
que puedan descubrirle
una posible fuga...
Cuando el hombre, de pronto, para en seco
sorprendido por la boca de lobo
de la noche más noche,
la que, por sedienta, desnuda y densa,
lo envuelve de tal modo
que él mismo ya se siente amortajado,
listo para dormir
su insensible muerte bajo la tierra.
Cuando el hombre se funde con la sombra
y la sombra lo rebela, y le revela
al ser que busca ser
una verdad asible, un algo que defina
su dolor de vivir, su espera errante
y cierra los ojos para ver mejor,
pero sólo descubre que es frontera
entre sombra interior y sombra externa...
Porque un hombre en la noche
no es sino una sombra de hombre
que transita en el reino de las sombras;
un tono delirante
que se toca a sí mismo
con el íntimo afán de no estar solo;
pero que rueda en un clamor de dudas
al no poder, ni él, reconocerse.
El hombre entre la sombra no se mira,
pero siente que llega a las entrañas
de su edad prenatal,
igual que cuando era
una sombra sin cuerpo en plena vida,
o negrura sin llanto y sin latido
en una tempestad de oscuridades.
Cuando el hombre se pierde entre la sombra
completamente solo,
parece que desnace y que retorna
como gota de sangre hacia la noche,
de la misma manera
que si la flor hiciera su regreso
por su tallo, sus ramas, y raíces,
al féretro vital de la semilla.
El hombre entre la sombra duda y piensa
si será sólamente
una impaciente espera
a la orilla del tiempo,
o llama en agonía
que tiene que morir inútilmente,
o materia en locura
que sueña en una vida que no tiene.
Porque el hombre caído entre la sombra
ya no vive su forma corporal,
sino que vaga como sed medrosa,
desligado de límite y espacio,
anhelando encontrar
el secreto que busca su esperanza;
y extendido, sumiso, inconsolable,
se atreve a sospechar
que el seno de la sombra
es quizá lo que al fin puede ampararlo.
Cuando el hombre naufraga en las tinieblas
completamente solo,
es cuando más se siente
ajeno a la arcilla de su cuerpo,
distinto totalmente de su forma,
lejano de sus manos y sus hombros,
y es que tiene la prueba
de que es, y que existe, y que se habla,
sintiéndose un extraño de sí mismo.
Elias Nandino falleció en Guadalajara, cuando contaba 93 años de edad, el 2 de Octubre de 1993, debido a males respiratorios. Nacido en Cocula, Jal. el 19 de abril de 1900, a los 15 años comenzó a escribir poemas, bajo la influencia de las lecturas de Manuel M. Ponce y Manuel Acuña. Se graduó de Médico en la Escuela de Medicina de la Cd. de México en 1930. En ese tiempo compartió su casa (Guatemala 44) con su paisano compositor Gabriel Ruiz, para cuyas melodías tanto Nandino como Xavier Villaurritia escribieron letras que no firmaron, por que les parecía contrario a sus aspiraciones de poetas. Las letras más conocidas de Nandino son: Se que te vas, Entre tú y yo, Dime que no, Sin motivo, Mazatleca, Mazatlán, Estaba prohibido y Usted.
Fue médico de Pedro Vargas, José Mojica, Dolores del Río, Yolanda Montes Tongolele y María Félix. Fue Jefe de Residentes del Hospital Juárez.
Entre sus libros de Poesía destacan: Canciones (1924), inédito hasta que publicó Poesía I, Espiral (1928), Color de Ausencia (1932), Eco ("Sonetos de amor", "Sonetos de Insomnio" y "Canciones", 1934), Río de sombra (1935), Sonetos (1937), Suicidio lento (1937), Poemas árboles (1938), Nuevos sonetos ("Amor", "Voz" y "Pasión", 1939), Nudo de Sombras (1941), Espejo de mi muerte (1945), Poesía I, 1924-1945 (incluye todos sus libros anteriores, 1947), Poesía II (publicado en 1949, contiene "Prisma de Sangre", 1945; "Líneas de Poesía", 1946; "Conversación con el mar", 1947; "Flor nocturna", 1948 y "Cantos", 1948), Naufragio de la duda (sonetos, 1950), Triangulo de silencios (1953), Nocturna summa (1955, traducida al francés), Nocturno amor, (1958), Nocturno día (1959), Nocturna palabra (1960), Eternidad del polvo (1970), Cerca de lo lejos (1979), Conversación con el amor (1982), Costumbre de morir a diario (1982), Medio rostro de una vida (1982).
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