SOL DE
MONTERREY
No
cabe duda: de niño,
a mí
me seguía el sol.
Andaba
detrás de mí
como
perrito faldero;
despeinado
y dulce,
claro
y amarillo:
ese sol con sueño
que
sigue a los niños.
Saltaba
de patio en patio,
se
revolcaba en mi alcoba.
Aun
creo que algunas veces
lo
espantaban con la escoba.
Y a la
mañana siguiente,
ya
estaba otra vez conmigo,
despeinado
y dulce,
claro y amarillo:
ese
sol con sueño
que
sigue a los niños.
(El
fuego de mayo
me
armó caballero:
yo era
el niño andante,
y el
sol, mi escudero.)
Todo
el cielo era de añil;
Toda
la casa, de oro.
¡Cuánto
sol se me metía
por
los ojos!
Mar
adentro de la frente,
a
donde quiera que voy,
aunque
haya nubes cerradas,
¡oh
cuánto me pesa el sol!
¡Oh
cuánto me duele, adentro,
esa
cisterna de sol
que
viaja conmigo!
Yo no
conocí en mi infancia
sombra,
sino resolana.
-
Cada
ventana era sol,
cada
cuarto era ventanas.
Los
corredores tendían
arcos
de luz por la casa.
En
los árboles ardían
las
ascuas de las naranjas,
y la
huerta en lumbre viva
se
doraba.
Los
pavos reales eran
parientes
del sol. La garza
empezaba
a llamear
a
cada paso que daba.
Y a mí
el sol me desvestía,
para
pegarse conmigo,
despeinado
y dulce,
claro
y amarillo:
ese
sol con sueño
que
sigue a los niños.
Cuando
salí de mi casa
con mi
bastón y mi hato,
le
dije a mi corazón:
-¡Ya
llevas sol para rato!
-
Es
tesoro – y no se acaba:
no se
acaba – y lo gasto.
Traigo
tanto sol adentro
Que ya
tanto sol me cansa.
-
Yo
no conocí en mi infancia
Sombra,
sino resolana.
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